“La música de los tambores es una de las principales manifestaciones legadas por los pueblos africanos que arribaron a Venezuela durante la colonización. El repicar de los tambores en el pueblo, las manos negras agitan el apretado cuero produciendo un sonido rítmico que invita a mover las caderas; ¡Ajé, Ajé, Ajé, Benito Ajé!, el ambiente refleja las tradiciones africanas vibrando en tierra zuliana.” El ajé es el Dios de las aguas azules, la divinidad en que creían los africanos que debió ser transformada por la figura de San Benito establecida por los españoles católicos. (Diario
“Lo más importante de este culto es la relación entre el vasallo o devoto y el santo, unido a la ignotas voces que emanan de los tambores, las cuales nos comunican con el ámbito donde se centra la energía de Dios, esa que une y armoniza el universo, de la cual somos parte, como una gota de agua es del mar. El santo pasa a ser el otro yo del militante en el culto, es su magna presencia, el Dios en potencia que llevamos por dentro y desconocemos, es la gran fuerza capaz de hacer milagros, y a la vez, tangibles las cosas imposibles. Es el poder del universo encerrado en cada uno de nosotros, quienes como una partícula del mismo cosmo, accionamos y emanamos energía curativa, milagrosa y de armonía con los otros seres vivos”. (Martínez, Juan de Dios. El Culto a San Benito de Palermo en Venezuela, Pág. 3).
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